La palabra metaverso se ha puesto de moda recientemente a raíz de que Facebook decidió transformarse, al menos como conglomerado, en Meta. El término, acuñado en 1992, tiene poco de novedoso aunque muchos se han subido al tren de la idea de venderlo como una nueva y revolucionaria forma de ver y entender la tecnología. De hecho, a los pocos días, Microsoft presentó Ignite, su “idea” o concepto de un mundo virtual enfocado al mundo laboral. 

Ya sea como una calle de 216 kilómetros (en la novela Snow Crash, de Neal Stephenson) o en una simulación creada por los ordenadores (Matrix), o incluso como parte de un universo controlado por una corporación (Ready Player One) el concepto de “escapar” o de vivir en un mundo digitalizado siempre ha sido excitante y atrayente. Las gafas de realidad aumentada, con sus limitaciones actuales o con sus ventajas futuras, parecen ser esa herramienta que nos permitirá alcanzar al fin dicha virtualización. La pregunta es: ¿realmente lo necesitamos?

La respuesta corta es no, un no tajante y contundente. La crisis de COVID-19, que aún padecemos en pleno otoño de 2021, debe de dejarnos alguna enseñanza. No podemos permitir que las 5.02 millones de muertes1 en el mundo pasen sin pena ni gloria. Si bien el confinamiento forzó a empresas, empleados y estudiantes a descubrir el uso de las herramientas digitales, la gran lección no debe ser el que podemos hacer cosas por Zoom o Discord, sino la ausencia del contacto. 

¿Ya no recuerdas el abrazo que anhelaste de tu ser amado, pero que por el distanciamiento social no pudiste recibir?, ¿olvidaste los meses que no pudiste besar a esa persona que tanto deseas?, ¿de verdad fue divertido hacer la fiesta de tu cumpleaños en Zoom?, ¿no extrañaste caminar de la mano con esa persona que te hace feliz? 

A Zuckerberg, Nadella y a todos los que tienen como punta de lanza el metaverso a manera de una nueva interacción con la tecnología, se les olvida algo clave: necesitamos tocar y ser tocados. Quizá hoy día el concepto metaverso es más marketing que realidad -aún está lejos de ser “real”- aunque incluso con los avances que pudieran existir en unos años, como un traje que te permitiera sentir el toque de alguien… ¿Lo preferirías sobre la caricia de alguien a tu cuerpo? 

Puede entrar acá el argumento químico o neuronal en donde todo es producido por estímulos eléctricos y si estos se replican, es “como si existiera”, pero el punto es ese: es como si, no es. Nada puede replicar a otro ser humano. Lo vimos en el confinamiento: las videollamadas y Slack unieron personas, empresas y familias; no obstante hubo un momento en donde estas tuvieron que retornar, no solo “a la normalidad” sino a la presencialidad, al contacto con los otros. 

Se puede alegar inversión. El tener gafas puestas y ver con tus ojos cosas puede quizá cambiar la perspectiva, pero no somos tan simples. Animal Crossing en 2019 fue un éxito de ventas, ya que permite con su simpleza crear un mundo virtual en una “isla” e interactuar con NPCs (Non Playable Character/Personaje No Jugable) que se convierten en tus vecinos virtuales, o invitar a amigos para organizar fiestas e interactuar o incluso regalarles cosas, sin embargo nadie o casi nadie cambiaría una reunión en su isla por salir a comer o incluso a caminar por el parque por muy simpáticos que sean los “monitos” que creamos para que nos representen en el mundo digital.

¿Un escape?

Quizá acá es donde puede estar la clave del éxito. Y para ello voy a tomar un poco el concepto de la novela de Ernest Cline, en donde todos se la pasan en OASIS (el mundo virtual de Ready Player One) porque el mundo real es tan patético que es preferible la simulación en donde todo es casi perfecto. Y ese podría, terriblemente, ser la clave lo que el mundo está llamando metaverso

Retomando de nuevo la pandemia del COVID-19, podemos decir que el mundo es peligroso. Conspiranóicamente el argumento es: vivir en nuestras casas es mucho mejor y preferible a interactuar y convivir con el mundo por el riesgo a contagiarse. Para ello, un universo creado incluso a nuestra medida nos permitiría socializar “cara a cara”, trabajar, salir de paseo o incluso ir a un prostíbulo, sin riesgo ni consecuencias: el santo grial de la profilaxis y una salida cómoda y patética a los riesgos del mundo. 

El metaverso como un espacio para divertirse, socializar y trabajar es terrible como concepto. Es verdad que se puede ser productivo de forma remota y hay empresas o proyectos que basan su modelo de dicha manera, pero no son una norma. Además, una “junta” en la que ves avatares versus una llamada por Skype, son técnicamente lo mismo: sustituyes el monitor de tu ordenador de 16 pulgadas por dos pequeñas pantallas en tus ojos que te crean la ilusión de ver algo que sabes que no es verdad, que no existe. 

A mi manera de ver las cosas, quizá la realidad aumentada pueda funcionar mejor. Es un híbrido entre algo que no existe y algo que sí, coexistiendo de una forma más armónica que incluso puede ser interpretada como natural. Solo es extender estas imágenes irreales a las que de alguna manera ya nos hemos habituado desde el televisor a una pared o a una mesa con la cuales podemos interactuar, o incluso verlas frente a nuestros ojos conviviendo en el mundo, pero sin ser tan intrusivos e inmersivos que choquen con nuestra realidad. Como auxiliares del mundo, no como uno nuevo.

No. No necesitamos ningún metaverso. Necesitamos ser conscientes de que lo que requerimos con urgencia es más interacción humana, en persona, no avatares.

Notas al pie de página

[1] Al momento de escribir este artículo, 04 de noviembre, con datos de Wikipedia

Imagen | Pixabay

[cite]

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por Miguel Ángel

ceo de filosofía en la red, catedrático de licenciatura en la Universidad Santander (México), mtroe. filosofía y valores, est. de lic. en geografía e historia, lic. en psicología organizacional; enfermero

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