El siguiente texto obtuvo el segundo lugar en la categoría disertación de la XII Olimpiada Filosófica de Madrid, 2022.

¿Qué significa ser humano? Es más, ¿qué significa no ser humano? ¿Qué es aquello que nos diferencia del resto de especies? ¿La razón? ¿La vida en sociedad? ¿La auto-conciencia? Actualmente, el término “humanismo” ha sido manoseado por el tiempo, hasta crear una miscelánea de conceptos modernos que, en realidad, se hallan lejos del humanismo verdadero. A día de hoy, el individuo se halla en una sociedad mecanizada en la que el individuo humanista parece no tener cabida. Es entonces cuando surge el transhumanismo, nacido en el momento preciso en el que el humanismo, la exaltación de nuestra humanidad, deja de ser un bien preciado. Estamos viviendo, por tanto, la extinción del afán humanista. El centro del universo ya no es el humano, sino el post-humano. El famoso Hombre de Vitruvio ha dejado de ser un modelo.

En primer lugar, la propuesta antihumanista nace como crítica al humanismo tradicional. Concretamente, la validez del argumento transhumanista pende de un delgado hilo: el rechazo de la existencia de una naturaleza humana. Ahora bien, ¿qué validez tiene dicha postura? Lejos de proponer aquí una postura esencialista, considero pertinente el hecho de detenernos en este rechazo rotundo. Es decir, ¿acaso la inexistencia de una naturaleza humana justifica el afán de alcanzar una “sobrenaturaleza”? Considero que el transhumanismo busca el mejoramiento de una “condición humana” cuya descripción es imposible. Veámoslo desde una perspectiva atomista. El ser humano, como parte de la naturaleza, es un ser contingente, variable. Entonces, ¿cómo es posible cambiar algo que ni siquiera es absolutamente? La propuesta antihumanista de rechazo al humanismo carece de un sustento lógico. Si no sabemos qué es ϱ, ¿acaso tiene sentido la reivindicación de ¬ ϱ ? A saber, si no conociéramos la oscuridad, ¿acaso podríamos alcanzar la luz?

Así, esto me conduce al siguiente argumento: el transhumanismo puede parecer un humanismo radical, pero ambas posturas florecen de raíces diferentes. Para entenderlo, utilicemos un ejemplo. El transhumanista Savulescu dice: “la manipulación biológica encarna el espíritu humano: la capacidad de mejorarnos a nosotros mismos basándonos en nuestra razón y juicio” (Savulescu, 2012, p. 111). Doscientos años antes, Kant decía: “La Ilustración es la salida del hombre de la minoría de edad causada por él mismo” (Kant, 1784, p. 111, traducido por Daniel Fidel Ferrer). Por tanto, parece evidente que la necesidad de “salir de la minoría de edad” —entendida de forma intelectual— mediante el uso de la razón, es un deseo previo al transhumanismo. Sin embargo, y en relación con la primera cita, existe una diferencia crucial entre la razón humanista y la transhumanista: la primera es un fin (hace humano al humano), mientras que la segunda es un medio (hace posthumano al humano). Es decir, la postura kantiana sugiere que la razón nos hace humanos, mientras que la postura transhumanista sugiere que la razón nos permite dejar de ser humanos. Luego, ¿no es evidente el carácter antihumanista del transhumanismo? Es decir, el hecho de convertir en medio algo que es un fin, es decir, convertir lo humano en una transición y no en un estado, supone una total desvirtualización de la razón humana. La razón debería ser una reafirmación de la humanidad del individuo, y no un pretexto para su transformación. Lo que quiero decir con esto, es que el transhumanismo, al objetivar al sujeto, también objetiva la razón subjetiva: anula su carácter humano.

De esta forma, el transhumanismo, al objetivar la razón humana, objetiva también la propia identidad humana. Es decir, si la razón constituye un pilar fundamental de la condición humana, ¿qué ocurre cuando este pilar deja de ser un factor “humanizador”? El transhumanismo (y su antihumanismo) parece ser la matanza del sujeto pensante. Así, esta postura parece haber germinado bajo la lumbre del funcionalismo. Esta corriente de pensamiento se opone a la separación material entre el cerebro y la mente. Para los funcionalistas, los estados mentales no se caracterizan por la base material en la que tienen lugar; sino por las relaciones causales que estos procesos mentales establecen entre sí (Diéguez, 2017). Dicho de otro modo, los funcionalistas centran su análisis en el contenido mental, pero en ningún caso en el continente de dichos procesos: el sujeto. Pero esta sustancia, y he aquí el quid de la cuestión, no ha de ser necesariamente humana. De nuevo, el transhumanismo nace como antítesis al humanismo. Siguiendo esta línea de pensamiento, un ordenador que contuviera una copia de mi mente, sería una copia de mi yo (Diéguez, 2017). Ser humanos, por tanto, no sería una cuestión material sino mental. Ahora bien, ¿qué deriva de esta deshumanización de la identidad? ¿Qué implica convertir el yo en un predicado del sujeto pensante, y no en el sujeto en sí?

En primer lugar, y utilizando como base la respuesta kantiana al liebnizianismo, el requisito para la inexistencia de la identidad es la coexistencia. Es decir, dos cosas que coexisten —individuo pensante y máquina pensante, por ejemplo— no pueden ser consideradas idénticas porque la identidad tan solo es igual a sí (a = a, en términos lógicos). Es por ello que la búsqueda de la inmortalidad del yo está condenada a la muerte del yo —o incluso a algo peor que la muerte—. Pero, ¿por qué? ¿Cómo es posible que la permanencia del yo anule al propio yo? En suma, podría decirse que la inmortalidad del yo es la extinción del yo porque implica despojarlo de su carácter temporal, mortal… Humano. Ergo, parece que ser humano ha dejado de ser un requisito para ser humano. ¿No resulta paradójico? ¿Acaso puede existir un yo no-humano?

Ahora bien, antes de continuar, detengámonos. Dejemos de indagar en las posibles consecuencias del transhumanismo y empecemos a buscar la raíz del objeto de análisis — pues cada vez se hace más evidente que el quid de la cuestión es la cuestión misma—. Preguntémonos, por tanto: ¿por qué el ser humano trata de imponerse sobre sí mismo? ¿Cómo es posible que el pensamiento, el cénit de la humanidad, sea, precisamente, el fin de la misma? Es más, ¿cómo es posible que la razón, el bien más preciado por el humanismo, sea el soporte del antihumanismo más importante actualmente? Si bien la pregunta parece no tener una respuesta clara, utilicemos como guía a Ortega y Gasset —cuya postura, pese a ser previa al transhumanismo, rozó la clarividencia—.

En su análisis filosófico, Ortega hace hincapié en el concepto de “técnica”: un método a través del cual el ser humano adapta el medio para alcanzar sus fines. De esta forma, el ser humano (a diferencia del resto de especies) deja de adaptarse al medio para adaptar el medio a sí mismo. Es entonces cuando el individuo alcanza su libertad, su bienestar; de forma que la naturaleza de la que formaba parte, se torna en una “sobrenaturaleza” a merced de su bienestar (Diéguez, 2015). Pero, ¿qué ocurre cuando este afán transformador se torna, como un boomerang, contra el propio ser humano? ¿Qué ocurre cuando el afán humanizador del medio se torna contra el propio ser humano? Precisamente, el transhumanismo parece ser la máxima expresión de dicho fenómeno, dado que el individuo se impone sobre su propia naturaleza,  se “tecnifica” a sí mismo… Se “post-humaniza”. Es decir, parece que el ser humano no sólo ha adaptado la naturaleza a sí mismo, sino también la propia humanidad: el post-humano ha adaptado la humanidad a sí mismo. Ser humano, como decíamos antes, ha dejado de ser un requisito para ser humanos.

De esta forma, resulta evidente la relación existente entre humanismo, transhumanismo y antihumanismo: la post-humanización del ser humano es la anti-humanización del mismo. Es decir, el afán de trascender lo propiamente humano implica que la humanidad, a diferencia de lo propuesto por el humanismo, no es un fin último. Es similar a la propuesta de la Escuela de Fráncfort en relación a la razón. La escuela alemana propone que el ser humano domina la naturaleza mediante la razón, pero ésta acaba volviéndose contra él mismo. De esta forma, el ejercicio de dominio fruto de la razón humana termina convirtiendo al propio ser humano en el objeto de dicho dominio. Con el transhumanismo parece ocurrir lo mismo: el afán de dominar la naturaleza se torna contra el propio individuo. Es similar a un bibliotecario que grita “¡Silencio!” en su propia biblioteca. Este bibliotecario, esclavo del grito, ¿es acaso un bibliotecario? Si lo propio de un bibliotecario es el silencio, ¿por qué no militar en él? De nuevo, esta postura no ha de confundirse con una postura esencialista, dado que la diferencia crucial es que aquello que hace humano al humano es, simple y llanamente, ser humano.

En conclusión, el término “humanismo”, pese a haber sido diluido por el transcurso del tiempo, parece perdurar en la actualidad. Prueba de ello es el nacimiento del transhumanismo: una corriente que nace como reacción al humanismo clásico. Así, diremos que el transhumanismo es un antihumanismo práctico: es la máxima expresión del superhombre nietzscheano. En definitiva, con este ensayo trato de reivindicar al sujeto pensante cuya razón lo acerca a sí mismo. Cuya razón permite, no solo saber, sino también “saberse”, conocerse. Reivindiquemos, por tanto, a aquel ser humano que indaga, incansablemente, en las profundidades de su ser. Intentemos hablar con “ese buen amigo” del que tanto hablaba Machado.

Bibliografía

Castro Córdoba, E. (2020). Antihumanistas, transhumanistas y posthumanistas. Ética, estética y política. Arpa editorial.

Diéguez, A. (2017). Transhumanismo: La Búsqueda tecnológica del mejoramiento humano. Herder editorial.

Diéguez, A. (2015). Ortega y el mejoramiento humano, por Antonio Diéguez. Red de investigaciones filosóficas José Sanmartín Espulgues. Recuperado de: https://proyectoscio.ucv.es/articulos-filosoficos/ortega-y-el-mejoramiento-genetico-por-antonio-dieguez/.

Kant, I. (1784). Respuesta a la pregunta qué es la Ilustración. Editorial Taurus.

Machado, A. (1912). Retrato. Campos de castilla. Alianza editorial.

Savulescu, J. (2012). ¿Decisiones peligrosas? Una bioética desafiante. Editorial Tecnos.

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Artículo de:

Elena Verdugo (subcampeona de la XII Olimpiada Filosófica de Madrid, 2022):
Española (Madrid). Estudiante del Bachillerato Internacional en el IES Ramiro de Maeztu. 17 años. Trilingüe (español, inglés y francés). Aficionada al cine, la política, la lectura y la escritura. 

Cite este artículo (APA): Verdugo, E. (2022, 10 de octubre). ¿Es el transhumanismo un antihumanismo?. Filosofía en la Red. https://filosofiaenlared.com/2022/10/es-el-transhumanismo-un-antihumanismo/